Por Alejandro Bedoya
Estudiante de economía, Universidad del Valle
64 años han pasado desde aquel día de luto y desgracia, pero también de ira y rebelión, de traición y sevicia. Aquel 9 de abril, el día en que mataron un hombre, un día de nunca acabar, un día que lleva más de 64 años, el día que mataron un pueblo que se niega a aceptar el destino establecido por otros.
Recordemos que la masacre perpetuada contra los hijos e hijas de este país no comenzó aquel 9 de abril. Las elites que tanto denunciaba veían en el jefe único del Partido Liberal de aquel entonces una amenaza real a sus intereses, no podían permitir que él llegara a la presidencia y les disputara el poder del que tanto habían –y han- gozado. Por eso desde varios años antes venían asesinando a sus seguidores en todo el territorio nacional. Esta situación lo llevó a pronunciar la Oración del silencio, dirigida al entonces Presidente de la República Mariano Ospina Pérez:
“Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.”
Así comenzaba al que han denominado caudillo, hoy, cuando vuelven a llegar vientos de paz es bueno ejercitar la memoria – aunque en realidad este ejercicio debería ser permanente-. El presidente Santos dice una y otra vez que la paz es un tema que solo le compete a él y su equipo de gobierno, falacia más grande, como muchas otras que rondan por ahí. La paz es un tema que nos compete a todos y todas, en especial, aquellas personas que viven la guerra en su día a día.
“Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y de civilización!
Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!”
Con la muerte de Gaitán se agudizó un conflicto que ha logrado perdurar hasta nuestros tiempos, con matices diferentes al de entonces, pero en el fondo lo mismo: Los hijos e hijas de campesinos, obreros y desempleados con sueños y aspiraciones truncadas, que no han encontrado una salida diferente que el de la guerra, matándose los unos a los otros; mientras la elite política y económica, los gobernantes del país, no han sido capaces -o no han querido- encontrar salidas definitivas a tal situación. Algunos de ellos han organizado verdaderos ejércitos privados con tal de mantener sus privilegios
Es necesario que discutamos sobre la paz y la guerra, es increíble que transitemos por este mundo tranquilamente ante estos horrores. La paz es una necesidad impostergable desde hace mucho tiempo, y es necesario que la comencemos a construir. La paz que pedimos es la misma que pedía Gaitán hace 64 años, tres meses antes de que lo asesinaran los mismos que asesinaron a miles de campesinos para aquella época, que posteriormente exterminaron la Unión Patriótica y otros movimientos como A Luchar y el Frente Popular, y después, bajo las banderas de las AUC continuaron la masacre hasta el día de hoy, cuando aparecen como algo aparentemente nuevo, aglutinados en lo que denominan BACRIM, y ya se empieza a hablar de ejércitos anti restitución; este círculo vicioso debe ser roto lo antes posible, debemos evitar que la generaciones presentes y futuras se ahoguen en un mar de sangre.
“Impedid, señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.”
Nuestra paz no es la del fusil, nuestra paz es la de la justicia y la libertad, porque éstas siamesas no pueden vivir separadas. Ejercitar la memoria para construir la paz es algo que debemos hacer desde nuestros espacios cotidianos, la guerra es un problema de todo el pueblo, ya es hora de que amanezca en un nuevo día, ya es hora de que construyamos nación. Es hora de que el selecto grupo que decide los destinos del país aprenda a vivir con nosotros o se hagan a un lado y nos dejen vivir, no podemos permitir que la masacre continúe, un nuevo día es necesario, un día en que construyamos la paz y que ojalá dure mucho más que aquel día en que asesinaron un pueblo, un pueblo que inexplicablemente sigue respirando e intentando resurgir desde sus cenizas, el pueblo descendiente de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado.
“Os decimos finalmente, Excelentísimo señor: Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!”
Gaitán sigue marchando a nuestro lado, porque nos creyeron muertos y en eso, de nuevo, se han equivocado, pero para vivir necesitamos conocernos, saber quiénes somos y de dónde venimos, para vivir necesitamos recordar.
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