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domingo, 12 de julio de 2009

Cali, la sucursal del 'rebusque'



tomado de:elpais.com.co
Por Zulma Cuervo y Ossiel Villada


Fotos: Jorge Orozco / El País.

Medio millón de caleños en el subempleo hacen de la capital del Valle la ciudad campeona en el trabajo informal. ¿Por qué?

A primera vista, no hay nada en común entre José Eduardo Montaño y Ólga Rodríguez. Él es un mimo que se gana la vida imitando a la gente en la Plaza de Cayzedo; ella, una taxista que recorre todos los rincones de la Sucursal del Cielo. Montaño es negro, crespo y delgado, mientras Olga es india, trigueña, robusta y usa gafas. Ella anda buscando trabajo; él ya sabe que morirá desempleado. Y es más, ni siquiera se conocen. Pero comparten un lazo invisible que los une y los identifica con otros 500.000 caleños, además del gusto por la salsa y el chontaduro: son subempleados.

Esa extraña palabra, subempleo, es la que utiliza el Dane para definir a quienes trabajan en condiciones inadecuadas, bien sea por los bajos ingresos que reciben, por el poco tiempo trabajado o porque cumplen funciones que no son acordes con sus competencias personales.

Y hay más en la jerga del Dane. Hay ‘subempleados subjetivos’, es decir, aquellos que quisieran tener mayores ingresos y trabajar en algo más adecuado, pero que ya se resignaron a vivir del ‘rebusque’. Como el negro Montaño, que aprendió el oficio de soldador-electricista en el Sena, un día perdió el empleo que tenía en el taller donde trabajó cinco años y luego no tuvo más remedio que mostrar en la calle sus habilidades de actor y bailarín.

Ólga quiere lo mismo que José Eduardo, pero a diferencia de él, ha hecho algo para tratar de cambiar su ‘status’.

La palabra ‘algo’ suena casi ridícula frente al esfuerzo de esta técnica en ingeniería industrial especializada en producción, egresada del Centro Colombiano de Estudios Profesionales, que trabajó durante años como analista de tiempos y métodos en varias empresas del sector de la confección y el calzado.

Durante tres años seguidos, después del nacimiento de su hijo, regó montones de hojas de vida, sin descanso, por centenares de empresas. Y un día, cansada de esperar la llamada milagrosa, decidió empezar otras ‘carreras’: las 20 ó 25 que se hace cada día en el taxi de su esposo, en una jornada de hasta doce horas diarias, “para aportarle a la economía del hogar”.

Ólga sigue llenando hojas de vida. Aún guarda la esperanza de conseguir un empleo acorde con su profesión. Por eso, cuando sabe de una vacante, todavía hace lo que le corresponde hacer a un ‘subempleado objetivo’, según el diccionario del Dane: “Una gestión para materializar su aspiración de cambio”.

Subempleo, en realidad, es un eufemismo técnico que no describe la dura realidad de un país donde 6.367.000 personas deben sobrevivir en condiciones laborales inadecuadas, muchos de ellos en el ‘rebusque’. De esa cantidad, 2.790.000 están sobre el asfalto ardiente de las 13 principales ciudades del país. De la pequeña y codiciada torta del empleo formal que se hornea en la economía colombiana no queda ni una migaja para ellos.

‘We are the champions’

A la luz de las estadísticas oficiales del mercado laboral, la situación en Cali es la más grave de todas. Si es cierto que aquí el cielo abrió una sucursal, hay razones de sobra para acusar a San Pedro de mal administrador. Mientras en las trece grandes ciudades que analiza el Dane el subempleo promedio llegó a 27,5% en el último trimestre (marzo-mayo), en la capital del Valle subió hasta 40,6%.

Esa cifra equivale a decir que 500.000 caleños, unos 25.000 más que los que había en el trimestre febrero-abril, han debido inventarse cualquier cosa no formal —montar una tienda, manejar un taxi, ser vendedores ambulantes o hasta imitar a los demás en la calle—, para subsistir.

El subempleo no es considerado técnicamente como un sinónimo de informalidad, pero los economistas reconocen que es uno de los fenómenos que lleva a problemas como la explosión de ventas informales que se da en las grandes ciudades.

Los economistas han encontrado varias causas a este fenómeno. “Una de ellas es que esta ciudad tiene un buen número de negocios dedicados a los servicios, y este sector generalmente emplea por horas; al presentarse una desaceleración económica como la actual, lo lógico es que las empresas reduzcan los turnos y eso afecta el nivel de ocupación”, explica Julio Escobar, del Banco de la República en Cali.

La otra razón, agrega, es que a raíz de la crisis “hay más personas buscando qué hacer y como no encuentran empleo formal, se dedican a actividades informales como las ventas callejeras”.

A lo anterior, Carlos Humberto Ortiz, decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle, le suma otro ‘detalle’: “El tejido industrial de Cali se está ‘deshilachando’ y por eso disminuye la oferta formal de buenos empleos. Las grandes empresas se están yendo de Cali y las entidades oficiales se están desmantelando; entonces lo que queda son pequeñas empresas que no ofrecen toda la cobertura social de un buen empleo, y en otros casos, la informalidad, traducida en más ventas ambulantes”.

Maribel Caicedo, docente de la Universidad Javeriana de Cali, y John James Mora, jefe del Departamento de Economía de la Universidad Icesi, coinciden en que Cali tiene particularmente un tipo de subempleo mucho más preocupante: el que se da por ingresos inadecuados.

“Eso está directamente relacionado con los empleos de mala calidad”, asegura Caicedo. Y Mora agrega: “Al haber mayor número de gente buscando empleo, como consecuencia de la crisis de la economía, se presionan los salarios a la baja y eso causa mayor insatisfacción laboral”.

Al abanico de explicaciones se suma otra del presidente de la Asociación de Gestión Humana, Acrip, en el Valle, Juan Carlos Ramírez: Cali recibe muchas personas de otros lugares del país, especialmente del sur, que llegan buscando el empleo que no lograron conseguir en sus lugares de procedencia.




Rodrigo Velasco, gerente regional de la Andi, ratifica ese espejismo: Mucha gente cree que en Cali va a solucionar sus necesidades, y la realidad es que no hay empleo formal para todos”. Y Rodrigo Salazar, director de Acopi en el Valle, completa el análisis: “Los altos impuestos y la rigidez de la formalidad del empleo fomentan el problema; la formalidad tiene costos muy altos”.

Las explicaciones serían muchas más, si se siguiera indagando entre los ciudadanos que tienen la suerte de no ser subempleados. Las soluciones disponibles en la región, sin embargo, son pocas.

Ello no sería grave si ‘subempleo’ fuera sólo un término técnico para hablar de estadísticas. Pero gente como Olga y Montaño, aunque jamás han pronunciado esa palabra, saben bien lo que significa: menos plata en el bolsillo, menos carne en la mesa, menos paseos en vacaciones; menos, mucho menos progreso.

Debate

Julio Escobar, del Banrepública, dice que otra de las causas para que el subempleo sea mayor en Cali que en otras ciudades del país es que la capital del Valle tiene más personas capacitadas que otras regiones del país. “Pero las universidades no les están enseñando a sus egresados a ser empresarios”.

Ante ello, los docentes de las universidades Javeriana y del Valle aseguran que no hay tal sobrecalificación del personal.

“La Universidad Javeriana le apuesta al emprendimiento como opción de empleo, está apoyándolos a través de materias de pregrado y con ‘la casa de los sueños’, programa de emprendimiento”, dice la docente Maribel Caicedo.

John James Mora, del Icesi, reconoce que ha faltado coordinación entre lo que

las empresas necesitan y la oferta académica.

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