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martes, 4 de mayo de 2010

Se cayó la estantería

 
Por: German Patiño

¡Sorprendente! El hasta hace poco Gobierno más popular de la historia reciente de Colombia está próximo a entregar el mando en medio de un estruendo generalizado, como de buque viejo que se descuaderna, dejando ver que su esqueleto era frágil y se encontraba carcomido por la maroma.
Todo era ilusión, o mejor, propaganda. La popularidad del Presidente se sustentaba en un manejo habilidoso de las comunicaciones, en el tráfico de influencias con los grandes conglomerados económicos, y en el clientelismo y la corrupción rampantes.
Colombia se encuentra padeciendo el mayor índice de desempleo de Latinoamérica, con un déficit fiscal creciente que puede alcanzar dimensiones griegas, e incluso la joya de la corona, la reducción de las Farc a su punto cercano a la disolución, como le gustaba decir a Juan Manuel Santos, luego de que le entregaron la mano sangrante de un jefe de cuadrilla asesinado, resultó ser un espejismo, como lo advierte la Cruz Roja Internacional.
En sentido estricto, nada está mejor que hace ocho años, pues la disminución de secuestros y tomas de poblaciones ha sido reemplazada por una criminalidad desbordada en las grandes ciudades del país y, pese a los aspavientos, el tiempo pasó mientras el atraso del país en materia de infraestructura para la competitividad aumentó de manera dramática. Este es el momento en que todavía no tenemos un puerto de aguas profundas en el Pacífico, gracias al empeño regionalista de Uribe, propiciando una gigantesca depredación ambiental en Tribugá y el Parque Nacional de Utría, donde no se podrá hacer nada en materia portuaria similar a lo que hoy tiene y ofrece como potencial Buenaventura.
Todo está mal. La educación empeoró su calidad, la cobertura universal en educación inicial no comenzó ni siquiera a dar sus primeros pasos y el inflado Sena no sólo no ha hecho nada de mella en aumento del empleo, sino que la calidad de sus programas es tan baja que ni siquiera se somete a las mediciones de calidad que son obligados para las instituciones de educación superior.
No se diga el área de la salud y las pensiones. Uribe dejará un legado siniestro en este campo, en el que sólo se preocupó por golpear las prestaciones de los ciudadanos de menores recursos, mientras favoreció, con manga ancha, a los negociantes incrustados, gracias a sus iniciativas, en el sistema de salud, lo mismo que a los pocos favorecidos con regímenes especiales de pensiones, como los parlamentarios, que ya se alistan, en cabeza de congresistas uribistas, a aumentar sus exorbitantes prestaciones.
El próximo Gobierno recibirá un fisco quebrado, una deuda pública creciente, una economía enferma y un país desprestigiado por sus constantes violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional. Vaya legado.
Lo que pintaba bien en el 2002 no era más que mejoramiento de la fachada. Un sepulcro blanqueado. Por dentro estaba la podredumbre de la parapolítica, la ‘yidispolítica’, el ‘dasgate’, los ‘hijos de Ejecutivo’, los “te parto la cara, marica”, y otras lindezas, más propias de un lumpen de las barriadas de Medellín que de los emprendedores y educados empresarios paisas.
Que doblen pues las campanas, aunque su toque sea fúnebre. Este Gobierno se lo merece.

 

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