Por: Wilson Arias*
La estrategia de involucrar a los jóvenes en actividades de informantes no es nueva. Hoy la utiliza el crimen organizado en los barrios populares de las principales ciudades, pues desde niños y antes de ingresar a la escuela o posteriormente alternando con la escuela, los utiliza como “campaneros” para avisar cuando algún extraño llega al barrio. Se trata de una especie de formación inicial dual: un componente “barrial” vinculado al crimen organizado y otro escolar vinculado al sistema educativo, que le compite al primero (primer) por salvar a los niños y jóvenes de la guerra y de la muerte, pero lo hace básicamente desde el esfuerzo de líderes comunales y la voluntad docente, casi siempre un maestro-deportista-artista y a veces apóstol expósito.
Después, los jovencitos más aguerridos son seleccionados en esa primera “formación” barrial para un proceso amplifica sus funciones convirtiéndolos en pandilleros escolarizados, en sicarios y en víctimas fatales de la violencia urbana. La formación escolar, cuando porfía en ganar a sus discípulos para la vida, queda atrapada en una lógica infernal que enfrenta a la propia comunidad educativa. Con frecuencia los colegios públicos solicitan permanencia policial alrededor de los claustros educativos para proteger a los jóvenes esperados en la puerta para cobrarles alguna cuenta pendiente. Esta situación se le ha salido de las manos a la policía, que ha querido usar a los jóvenes más ingenuos como carne de cañón. Entre tanto, los maestros son amenazados por intervenir como conciliadores en dichos conflictos. Todos recordamos el año anterior a la docente asesinada saliendo de una institución educativa en la ladera de Cali y el asesinato de un decano universitario al sur de la ciudad, entre las víctimas de la violencia urbana alrededor de las entidades educativas en todos sus niveles.
La educación formal no sólo está vinculada a los propósitos económicos (desarrollo de competencias laborales y “retención” de jóvenes para que no presionen el mercado laboral) sino que ella, el arte y el deporte, siempre han sido escuela de vida y para la vida, eso lo saben los padres y los maestros. Por ello las asociaciones de padres, líderes barriales y maestros han propuesto una educación incluyente con cobertura para todos, la práctica de la no violencia, la mediación para prevenir el “bullyng”o conflicto escolar, el desarrollo de actividades sanas para la utilización del tiempo libre y la formación ocupacional y no formal como alternativas de prevención de la violencia.
Por distintas razones, estos jóvenes desertan del sistema educativo con extrema frecuencia. Y cuando sortean la educación media, su acceso a la educación superior u ocupacional enfrenta el martirio de obtener un crédito educativo del 70 % con el ICETEX y conseguir el resto como sea. Las opciones que tienen son los prestamos gota a gota, o las “vueltas” que le asigna una oficina de sicarios y ahora la bonificación por ejercer el rol de informantes. Muchos de ellos son hijos de madres cabezas de hogar, de desplazados por la violencia de sus territorios o simplemente de padres desempleados, lo que los hace altamente vulnerables a abandonar sus estudios para dedicarse a alternativas como las que hoy propone el presidente: el oficio de informantes del que paradójicamente pretendían escapar, huída a la que los maestros y la escuela, los líderes barriales y padres de familia, habían consagrado sus mejores y esfuerzos. La alternativa del Presidente es el fracaso de este prolongado empeño.
Oficio de informante con que el joven había iniciado en la formación “dual” patrocinada por el crimen organizado de Don Berna o sus émulos y sustitutos, y que ahora le ofrece el presidente a cambio de una bonificación como pago por denunciar a sus compañeros de estudio o de barrio. Denuncia que además no cumple por deber ciudadano sino para obtener la bonificación gubernamental, como parte de una estrategia emparentada con las Cooperativas de seguridad del entonces gobernador Uribe Vélez en Medellín, que fortaleció el paramilitarismo.
En Cali, si se revisan las estadísticas no es muy difícil predecir que con este modelo de “intervención” (estudiantes informantes), el fenómeno de violencia que padece la ciudad de Cali se incrementaría sensiblemente, pues hoy el 50 % de las víctimas son jóvenes entre 15 y 25 años y son producidas por retaliaciones entre pandillas y por venganzas en eventos comunes o entre el crimen organizado las que generaron el 80 % de los 1700 homicidios ocurridos en nuestra ciudad el año anterior. En otras capitales, estos indicadores guardan relación: en todo el país la juventud se está matando.
Pero para Cali el gobierno nos tenía reservada otra idea que tampoco es nada nueva: los taxistas “cooperantes” y con avantel. Mejor dicho, en esto también le aprendemos a Don Berna. Definitivamente, el modelo de intervención que Uribe intenta, hará que las nuestras asciendan irremediablemente en el escalafón de la muerte entre las ciudades más violentas del mundo. Para descender de él, casi siempre se requiere de una mayor “Donbernabilidad”.
*candidato a la camara de representantes, por el Polo Democratico
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