Bogotá 23 de diciembre de 2009
Se cumple el final de la primera década del siglo XXI. Coincide con el fracaso de aquellas iniciativas que se enseñaron como las que harían de este planeta el mejor de los mundos. En primer lugar, la globalización neoliberal, que ya había mostrado en 2001 sus primeros quebrantos con el derrumbe financiero de las empresas puntocom y la consecuente recesión, puso al descubierto, desde el infarto de Wall Street en 2008, todas sus vergüenzas. Quedaron en bancarrota las tesis que se esgrimieron con el exclusivo fin de depositar las ganancias mundiales en las arcas de los especuladores de los países más poderosos. Así mismo, la guerra en el Medio Oriente, montada como “una cruzada de justicia infinita”, volvió a revivir la figura del “tigre de papel” en la que se convierte toda fuerza intrusa.
Las metas propuestas para elevar el bienestar general de la humanidad no sólo no se cumplieron sino que se ha retrocedido en la ruta por alcanzarlas. Incluso los objetivos de Doha, de por sí bastante precarios para reducir la pobreza mundial, han dado al traste con el anuncio de que, por las crisis económicas y alimentarias, llega a mil millones el número de hambrientos, con lo cual cerca de uno de cada seis seres humanos está bajo esa condición, y a 50 millones la cifra de nuevos desempleados, que supera en muchos países, incluido Estados Unidos, casi todas las estimaciones históricas de desocupación.
La reciente Cumbre de Copenhague demostró que fallaron los mecanismos de inspección del cambio climático, ocurrido principalmente por el modelo de consumo y producción actuales, consignados en el Protocolo de Kyoto para mitigar los efectos de la acción del hombre sobre el ciclo natural de temperaturas del planeta. Las economías del Norte se deshacen de su responsabilidad, inculpando a los países del Sur y crean fondos para que sea desde allí donde se hagan los mayores esfuerzos. Dedicar las tierras y los recursos productivos del trópico para producir con prioridad agrocombustibles y bosques e incrementar así la oferta disponible de petróleo y combustibles fósiles para el Norte, es una forma inicua de trasladar responsabilidades, estancamiento y pérdidas a las naciones más débiles en tanto las metrópolis disfrutan de las ganancias y del desperdicio y la depredación.
Colombia tampoco escapó a la ola regresiva global. Está entre los once países con peor distribución del ingreso. El coeficiente de Gini, que mide estas desigualdades, no se modificó en estos diez años y permanece en 0,59. Uno de cada dos colombianos es pobre y uno de cada cinco es indigente, excepto en el sector rural, donde la miseria permaneció inalterada en cerca del 33%, uno de cada tres, entre 2002 y 2008.
Mientras la economía creció por el 40% en los recientes años de precios altos para bienes básicos y materias primas, el desempleo apenas se redujo en el 5% y se mantiene por encima de dos dígitos; es un injusto modo de repartir los beneficios de las políticas de Seguridad Democrática y Confianza Inversionista. En su defecto, la “cohesión social”, tan promocionada, se consolida con óbolos oficiales, como “Familias en Acción”, que ya cubren a 3 millones de familias, más de una cuarta parte de la población colombiana. La participación en la producción de los sectores de mayores posibilidades de acumulación nacional -como la industria y la agricultura moderna- ha decaído y en su reemplazo predomina la explotación de minas e hidrocarburos y el sector financiero, utilizando con tal objetivo la sustitución del ahorro interno por el externo. En 2002, la inversión extranjera total era de 22 mil millones de dólares y al ahora pasa de 75 mil, por poco se cuadruplica. Al compartirse el monopolio de la fuerza con el ejército estadounidense, se degrada la soberanía nacional, hacia la recolonización plena; en tanto, a la par, la democracia se ha vuelto una caricatura.
Si en la nueva década que se inicia en 2010 continúa el retroceso, expresado en despotismo y guerras además de hambre, pobreza, desempleo e indigencia para la mayoría, incluyendo ya a millones de personas en New York, Madrid o Tokio, el mundo caerá indefectiblemente en una situación explosiva. De ella no lo salvarán ni la manipulación de la conciencia colectiva, ni remedios paliativos, ni tampoco las acciones agresivas de todo orden que se adelanten para acallar demandas y dolencias de más del 80% de la humanidad. El planeta y el país exigen un viraje completo, andar en lugar de seguir desandando. Las distintas contradicciones están cada vez más acentuadas; ¿Será que en 2019 se habrá aproximado el desenlace?
Las metas propuestas para elevar el bienestar general de la humanidad no sólo no se cumplieron sino que se ha retrocedido en la ruta por alcanzarlas. Incluso los objetivos de Doha, de por sí bastante precarios para reducir la pobreza mundial, han dado al traste con el anuncio de que, por las crisis económicas y alimentarias, llega a mil millones el número de hambrientos, con lo cual cerca de uno de cada seis seres humanos está bajo esa condición, y a 50 millones la cifra de nuevos desempleados, que supera en muchos países, incluido Estados Unidos, casi todas las estimaciones históricas de desocupación.
La reciente Cumbre de Copenhague demostró que fallaron los mecanismos de inspección del cambio climático, ocurrido principalmente por el modelo de consumo y producción actuales, consignados en el Protocolo de Kyoto para mitigar los efectos de la acción del hombre sobre el ciclo natural de temperaturas del planeta. Las economías del Norte se deshacen de su responsabilidad, inculpando a los países del Sur y crean fondos para que sea desde allí donde se hagan los mayores esfuerzos. Dedicar las tierras y los recursos productivos del trópico para producir con prioridad agrocombustibles y bosques e incrementar así la oferta disponible de petróleo y combustibles fósiles para el Norte, es una forma inicua de trasladar responsabilidades, estancamiento y pérdidas a las naciones más débiles en tanto las metrópolis disfrutan de las ganancias y del desperdicio y la depredación.
Colombia tampoco escapó a la ola regresiva global. Está entre los once países con peor distribución del ingreso. El coeficiente de Gini, que mide estas desigualdades, no se modificó en estos diez años y permanece en 0,59. Uno de cada dos colombianos es pobre y uno de cada cinco es indigente, excepto en el sector rural, donde la miseria permaneció inalterada en cerca del 33%, uno de cada tres, entre 2002 y 2008.
Mientras la economía creció por el 40% en los recientes años de precios altos para bienes básicos y materias primas, el desempleo apenas se redujo en el 5% y se mantiene por encima de dos dígitos; es un injusto modo de repartir los beneficios de las políticas de Seguridad Democrática y Confianza Inversionista. En su defecto, la “cohesión social”, tan promocionada, se consolida con óbolos oficiales, como “Familias en Acción”, que ya cubren a 3 millones de familias, más de una cuarta parte de la población colombiana. La participación en la producción de los sectores de mayores posibilidades de acumulación nacional -como la industria y la agricultura moderna- ha decaído y en su reemplazo predomina la explotación de minas e hidrocarburos y el sector financiero, utilizando con tal objetivo la sustitución del ahorro interno por el externo. En 2002, la inversión extranjera total era de 22 mil millones de dólares y al ahora pasa de 75 mil, por poco se cuadruplica. Al compartirse el monopolio de la fuerza con el ejército estadounidense, se degrada la soberanía nacional, hacia la recolonización plena; en tanto, a la par, la democracia se ha vuelto una caricatura.
Si en la nueva década que se inicia en 2010 continúa el retroceso, expresado en despotismo y guerras además de hambre, pobreza, desempleo e indigencia para la mayoría, incluyendo ya a millones de personas en New York, Madrid o Tokio, el mundo caerá indefectiblemente en una situación explosiva. De ella no lo salvarán ni la manipulación de la conciencia colectiva, ni remedios paliativos, ni tampoco las acciones agresivas de todo orden que se adelanten para acallar demandas y dolencias de más del 80% de la humanidad. El planeta y el país exigen un viraje completo, andar en lugar de seguir desandando. Las distintas contradicciones están cada vez más acentuadas; ¿Será que en 2019 se habrá aproximado el desenlace?
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